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Los científicos diseñan los primeros experimentos de geoingeniería para enfriar la Tierra ante la incapacidad de los políticos de acordar la reducción de emisiones de CO2
Cumbre tras cumbre, los políticos se han mostrado incapaces de acordar una reducción significativa de las emisiones que calientan el planeta.
Esa incapacidad está llevando a un grupo creciente de científicos a
pensar en un plan B: cambiar el clima de la Tierra. Ingenieros y
climatólogos han escrito ya mucho sobre las tecnologías que podrían
enfriarla. Ahora, algunos, quieren llevar sus experimentos de los
modelos de ordenador a la vida real.
Detrás de la palabra geoingeniería hay un abanico de tecnologías que
comparten un mismo punto de partida y de llegada. Si los humanos no
consiguen reducir las emisiones de CO2, y otros gases de efecto invernadero, tendrán que cambiar el clima para enfriar el planeta.
"El fracaso de nuestros políticos en lograr medidas concretas para
reducir las emisiones de gases de efecto invernadero está preocupando a
los científicos y causando que muchos de ellos empiecen a pensar en
medidas extremas", dice el climatólogo de la Institución Carnegie de Washington
(EE UU), Ken Caldeira. Considerado uno de los mayores expertos en
cambio climático del mundo, Caldeira ha sido siempre un gran defensor de
la geoingeniería.
No es que Caldeira quiera trastear el clima ya, es que considera que
hay que tener bien estudiadas las alternativas por si todo lo demás
falla. "Estoy a favor de experimentos a pequeña escala que ayuden a
construir conocimiento sobre los procesos básicos relacionados con la
geoingeniería solar", explica. "Lo que no apoyo, al menos por ahora, son
los experimentos que tenga por objetivo desarrollar las tecnologías de
despliegue", aclara.
La gestión de la radiación solar es quizá la tecnología más radical
pero también una de las más efectivas para enfriar el planeta. En un informe al Gobierno de EE UU
elaborado por Caldeira y otra veintena de científicos en 2011 se
planteaban todas las posibilidades, con sus riesgos, costes y ventajas.
Se trata de jugar con el Sol. Hay soluciones de ingeniería, como pintar
los tejados de blanco o conseguir que las carreteras reboten los rayos
solares, lo que aumentaría el efecto albedo.
Pero la mayoría de los geoingenieros miran a las nubes. Mientras unos
las quieren convertir en espejos que reflejen parte de la luz, otros
estudian como hacerlas más permeables para que la radiación y el calor
escapen al espacio.
Lo más cerca que se ha estado de realizar uno de estos experimentos
fue en 2011. Entonces, ingenieros y climatólogos británicos idearon el proyecto SPICE
(Inyección Estratosférica de Partículas para la Ingeniería Climática,
por sus siglas en inglés). Pretendían inyectar aerosoles como el dióxido
de azufre en las capas altas de la atmósfera para aumentar la
refracción de las nubes. Aunque su experimento era tan a pequeña escala
que solo iban a usar un pequeño dirigible como difusor, el proyecto fue
paralizado, al menos su parte más experimental.
"SPICE aún está investigando la inyección estratosférica de
aerosoles. Una parte del proyecto iba a estudiar la inyección desde un
globo y una parte de este plan era construir el prototipo de dirigible.
Por varias razones, los científicos decidieron que no seguirían adelante
con esta pequeña parte del proyecto", explica Piers Forster, principal
investigador del IAGP.
Tras estas siglas se encuentra uno de los frutos del amago experimental
de SPICE. La polémica que supuso el plan entre la opinión pública y la
propia comunidad científica británica llevó a la creación de esta
plataforma para estudiar la viabilidad de los distintos proyectos de
geoingeniería pero también sus posibles efectos colaterales.
"Se puede aprender mucho, como de hecho hacemos, de las rigurosas
simulaciones y los estudios de laboratorio sin necesidad de llevar los
experimentos a la calle. Pero, en general, creo que se necesita
desarrollar ambos de forma conjunta", sostiene Forster. Otro de los
frutos de SPICE fue, precisamente, que demostró la necesidad de regular
la geoingeniería. Aún a pequeña escala, estos experimentos pueden
alterar los patrones de lluvias o vientos. Pero, como aclara el
científico británico, "es difícil crear un marco legal si no sabes qué
estás regulando y de qué te estás protegiendo. Por eso, necesitamos
tener alguna idea de la tecnología. Pero, por otro lado, no sería ético
iniciar la experimentación sin tener en cuenta unas buenas prácticas de
supervisión y gobernanza y la ruta que estas establecerían hacia los
experimentos a gran escala", añade.
En esa ruta desde las simulaciones a los experimentos a gran escala
se encuentra SCoPEx. Ideado por científicos de la Universidad de Harvad,
este proyecto pretende inyectar aerosoles en la estratosfera. En eso
recuerda a SPICE, pero SCoPEx también quiere estudiar cómo afectaría esa
inyección a la capa de ozono, no sea que el remedio agrave la
enfermedad. La propuesta, detallada en un especial de la revista Philosophical Transactions A
de la Royal Society británica sobre geoingeniería, pretende inyectar
varios centenares de gramos de ácido sulfúrico para ver si funciona la
gestión de la radiación solar sin dañar la capa de ozono.
"La idea de realizar experimentos para alterar los procesos
atmosféricos es comprensiblemente controvertida, pero nuestro
experimento SCoPEx es solo una propuesta", aclara uno de sus impulsores,
David Keith. Su objetivo es ponerlo en marcha en 2017 pero, como dice,
"solo seguiremos adelante si la financiación es sustancialmente pública,
con un proceso formal de aprobación y un estudio de riesgos
independiente", añade en una nota.
Espejos en el espacio
Otros han ido mucho más lejos, hasta 1,5 millones de kilómetros de la
Tierra. En el punto de Lagrange L1, donde la fuerza de gravedad del Sol
y la Tierra se anulan, se podrían colocar gigantescos espejos para
reducir la incidencia de los rayos solares. "Desde nuestro planeta, solo
veríamos una pequeña mancha en el disco solar", cuenta el investigador
de la Universidad Politécnica de Catalunya, Joan Pau Sánchez. Pero el
espejo o espejos crearían una ligera sombra rebajando las temperaturas.
La idea no es nueva, pero Sánchez ha profundizado en ella para ver si, físicamente es posible. El pasado verano, durante una conferencia sobre geoingeniería
celebrada en Berlín, el investigador catalán mostró sus últimos
cálculos. Se trataría de colocar en L1 dos gigantescos parasoles, uno
para sombrear cada hemisferio, con un área de 1,4 veces España. "Puede
parecer la idea más descabellada pero, desde el punto de vista de la
física, es factible", explica. Además, tendría la ventaja de que no
habría que trastear el clima del planeta como con la gestión de la
radiación solar.
Uno de los mayores problemas de los parasoles y de los otros
proyectos de geoingeniería aplicados a escala planetaria es el coste.
"El nivel de financiación de un proyecto para contrarrestar el cambio
climático sería algo nunca visto en la historia de la humanidad",
comenta Sánchez. "Un proyecto como este costaría alrededor del 1,5 % del
PIB mundial", añade. Para hacerse una idea, eso serían 30 veces los
dólares invertidos en el programa Apolo, que puso al hombre en la Luna.
Sin embargo, las cuentas podrían cuadrar si se tiene en cuenta que los
costes asociados con el cambio climático podrían ascender al 5 % del PIB
de todas las naciones del planeta.
Eficacia, gobernanza, coste son los obstáculos con los que se
enfrenta la geoingeniería. Pero también miedo y desconocimiento de los
que no son científicos. Ese desconocimiento es lo que ha movido a la
filósofa vasca de la Universidad de Lancaster (Reino Unido), Maialen
Galarraga, a impulsar el proyecto GeoE.
"Queremos hacer un documental sobre geoingeniería que sea reflexivo,
que lleve a la gente a tomar este tema como algo suyo, que lo
democratice", explica. Galarraga colabora con el IAGP británico para que
las propuestas sobre cómo cambiar el clima no solo se basen en los
cálculos de los climatólogos o los ingenieros. Porque, si la
geoingeniería no se abre a los demás, no saldrá de los laboratorios.
Fuente: El País. España.
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